Cuando yo era un chaval mi ídolo era José Ángel Iríbar, “El Chopo”. Me crié repitiendo aquello de “Iríbar, Iríbar, Iríbar es cojonudo, como Iríbar no hay ninguno”. Mi padre era del Athletic y yo, claro, a muerte con él. Y me aficioné al fútbol con aquel equipo formado por Iríbar, Sáez, Echebarría, Aranguren; Igartua, Larrauri; Argoitia, Uriarte, Arieta, Clemente y Rojo. ¡Qué tiempos! Perdimos una liga por los pelos con el Atlético de Madrid de Marcel Domingo, pero ganábamos copas y hasta llegábamos a la final de la Copa de la UEFA, de triste recuerdo, ante la Juve de Capello en su época de futbolista.
De aquel Athletic no se iba nadie. Entonces ser un “león” no tenía precio y el que lo conseguía no lo cambiaba por nada. Pero el paso del tiempo nos ha llevado a nuevas realidades a las que hay que adaptarse. Los nostálgicos queremos engañarnos y seguir pensando en que el que pisa San Mamés queda embrujado para toda la vida por la leyenda del Athletic. Pero no. El fútbol se ha convertido en un negocio singular en el que los actores tienen la oportunidad de llenarse los bolsillos de forma desproporcionada y es humano que el que tiene talento, aunque sea del Athletic, esté dispuesto a vender su alma rojiblanca al mejor postor.
Somos nosotros los que vivimos engañados y queremos creer que los futbolistas sienten a su club como nosotros. Y seguramente es así. Pero yo me pongo en la piel de Javi Martínez o Fernando Llorente. Van a la selección y allí se encuentran con amigos, que además son íntimos, como Piqué o Puyol. Ellos van de oyentes y escuchan: que si uno cobra cinco millones y quiere siete: que si el Audi que le han regalado este año es mejor que el del año pasado; que si esta temporada no han ganado la Liga, pero sí la Champions League; que la prima por ganar todos los títulos ha subido… Es normal que se les pongan los dientes largos. En el Athletic tienen asegurada su estabilidad económica hasta el final de sus vidas. Pero lo que hay fuera es otra cosa: gloria, sentirse campeones, vivir la experiencia de pertenecer a un equipo con complejo de superioridad que salta al césped convencido de que es imposible perder… Todo eso no se lo da el Athletic. Y más millones, también, claro. Pero no es sólo eso. Hay un componente de curiosidad por averiguar cómo se vivirá siendo protagonista en un grande. Y el Athletic, lastimosamente, ya no es un grande. Es un histórico glorioso, pero su presente no le da para codearse con los que se reparten el dinero. Así es la vida. Por eso hay que hacerse a la idea de que los cracks de Lezama quieran irse en busca de nuevos alicientes. Ha pasado con Javi Martínez, pasa con Fernando Llorente y seguirá pasando en el futuro. Ante esa tesitura, hay que buscarle el lado positivo y, al menos, sacar el máximo por ellos. Aunque sea a costa de deshacer un equipo talentoso que estaba a punto de llegar al nivel de los más grandes.
Iribar nunca se hubiera ido del Athletic, cierto. Pero en su época las diferencias entre el Barça, el Madrid y los demás no eran las de ahora. Ni había patrocinadores que pagaban 30 millones por la camiseta, ni marcas de ropa que pagaban 20 millones por vestirte ni televisiones que daban 150 millones por temporada. Cuanto más dinero hay en juego, más grandes son las diferencias. Y contra eso no hay nada que hacer, salvo apelar al “¡Aupa Athletic!” y recurrir a la casta innata del ADN del Athletic, porque aquello de “Alirón, alirón, el Athletic campeón” se ha puesto difícil, pero que muy difícil.
ARTICULO DE PEDRO RIAÑO. FUE DIRECTOR Y COLUMNISTA DE LA REVISTA DON BALON. EN LA ACTUALIDAD ES DIRECTOR DE WWW.MADRID-BARCELONA.COM
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